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viernes, 14 de enero de 2011

LA ESCOPETITA DE PLÁSTICO





I

DELTA DE TIGRE – FEBRERO DE 1961

José y Ana habían decidido llevar a su hijo, Luis, de tan solo seis años, a pasar un día en Tigre. Luis era un niño callado, introvertido, poco afecto al juego. Sin embargo, llevaba consigo todo el tiempo una escopetita de plástico que dos años atrás le habían traído los Reyes Magos.
Recordaban que en ese entonces, Luis había pasado toda la noche en vela, esperando escuchar el mínimo sonido que anunciase la llegada de los misteriosos personajes. En su carta a los Reyes no figuraba la escopetita, pero sus ojos se abrieron como enormes perlas cuando la vio, junto a otros regalos, la mañana de Reyes. Es que se había dormido sin darse cuenta, le ganó el cansancio y cuando despertó, se encontró con una escopetita plástica roja y amarilla que captó su atención de inmediato.
Desde ese momento, jamás se había separado de ese juguete. Y es así, como la llevaba consigo para el paseo en lancha.
Asomado con su escopetita por la ventanilla abierta de la lancha disparaba ilusiones al aire, tan lejos como éstas pudieran llegar. Y disparaba, y disparaba, hasta que la lancha viró en un codo del río y para lograr no caer de su asiento, se aferró con una mano a éste y con la otra, al borde de la ventanilla de la lancha. Ésta se balanceó de lado a lado y al aferrarse aún más para no caer al piso, aflojó la mano en la que llevaba la escopetita para tomarse ahora de la base de la ventanilla. Y en ese momento de descuido, la escopetita cayó hacia el río.
Le siguió un escándalo de llanto y gritos. Un niño tan compuesto, de tan solo seis años, se había descompuesto en un mar de lágrimas y un manojo de nervios. Gritaba –“Mi escopetita, mi escopetita.”
Tanto sus padres como el resto de los integrantes del paseo, miraban el agua marrón del río, hasta la lancha había disminuído su velocidad para colaborar con el avistaje del perdido juguete. Pero el agua se mueve rápido, como la vida, y la escopetita desapareció en un instante.
Luis calló de golpe, el viaje continuaba, nadie había podido hacer nada, pero él fijó la vista en el agua y aún siendo encandilado por los rayos de sol que se reflejaban en ésta, buscaba avistar su escopetita. Se incorporó en el asiento, a pesar de que sus padres lo sentaban como correspondía a cada rato, pendientes de lo que esta frustración, esta pérdida, significaría para él. Pero Luis volvía a incorporarse, hasta que en otro codo del río, la lancha efectuó una maniobra algo violenta y Luis cayó al agua como su escopetita lo había hecho minutos antes.

Los gritos provenían ahora de sus aterrados padres y de los pasajeros, nadie había podido reaccionar ante lo sorpresivo de la caída. Luis se debía haber inclinado hacia fuera más de lo debido para caer. Pero su cuerpo era pequeño, como el de la escopetita y sin una mano que lo sujetase, fue convertido en juguete por el destino.
La lancha se detuvo, se arrojaron salvavidas al agua, varios hombres también se arrojaron siguiendo al padre de Luis, pero la búsqueda fue infructuosa. Era una zona del Delta donde se arman remolinos y se pierde pie de golpe, sintiendo que el cuerpo es absorbido por un vortex de arena blanda. Cuando la lancha de prefectura se acercó, se intensificó la búsqueda del niño, que duró hasta bien avanzada la noche. Y hasta el día siguiente, y hasta el otro, rastrillando el lecho del río en una búsqueda que, con el correr de los días, comenzó a sospecharse como inútil. El cuerpo del niño nunca fue encontrado.

II

Luis abrió los ojos y todo a su alrededor era color marrón. De tanto en tanto, un rayo de luz cortaba la densidad del agua. Su cuerpo se mecía en el seno de una inmensa cuna acuática. Sentía frío y recordaba vagamente una sensación: la del mundo dándose vuelta. También sentía hambre pero aunque trataba de caminar, sus pies parecían estar enredados con algo. Se agachó y tocó viscosidades y arena y con su movimiento, el color marrón que lo rodeaba se hizo más espeso hasta sumirlo en una oscuridad total.

III

DELTA DEL TIGRE – FEBRERO DE 1962

A un año de la desaparición de su hijo, Ana y José volvieron al lugar donde su cuerpo había sido reclamado por el río y tiraron una ofrenda floral en su recuerdo. Ambos se abrazaron llorando desconsoladamente, aún no podían creer como habían podido vivir un año sin su hijo. Quien no lo había soportado era la abuela materna de Luis. Doña Clara había muerto cuatro meses después del accidente, el dolor había sido insoportable para ella. Su único y adorado nieto había encontrado el peor destino en las insondables aguas del Delta.

IV

Luis no sabe cuanto tiempo estuvo con los ojos cerrados. Cuando los abrió, todo frente a él seguía siendo un paisaje inespecífico. Ya no sentía frío ni hambre. Y se podía mover libremente, de pronto su cuerpo iba hacia un lado, de pronto hacia el otro, pero no tenía sentido de dirección, solo de un movimiento libre azaroso, no había en realidad puntos de referencia y lo que era arriba podía ser abajo y lo que era derecha podía ser izquierda. Era como flotar en una nada inespecífica, teñida de un marrón por momentos intenso, por momentos claro, casi luminoso. No era conciente de estar recorriendo distancias ni de las profundidades o la cercanía de la superficie. Y ahí recordó lo que estaba buscando. Frente a sí, vio una magnífica y colorida escopetita plástica, al estirar su mano para alcanzarla, esta se desvanecía y lo empujaba en alguna dirección, desde donde volvía a divisarla y al estirar nuevamente su brazo para alcanzarla, volvía a desvanecerse. Y así, se estableció una comunicación lúdica con el elemento en el que se encontraba, donde éste mostraba y ocultaba su juguete favorito.
Sin saber si era noche o era día, sin sentir si era invierno o verano, Luis jugó con el río a las escondidas en un sin tiempo.
Ahora veía la escopetita, ahora la escopetita desaparecía, para reaparecer en otro punto. Pero  siempre más allá de su alcance, arrastrándolo sin rumbo, atrapado en ese vientre marino por toda la eternidad.
V

DELTA DEL TIGRE – FEBRERO DE 1972

Como cada año, Ana y José volvían al punto donde Luis había desaparecido once años atrás para entregarle una ofrenda floral, y cada año, se abrazaban llorando por su pérdida. Siempre solos, ya que Ana nunca había vuelto a quedar embarazada. Su cuerpo se resistía a borrar la memoria de su hijo, su vientre había sido el río primario de Luis y no podía ser ocupado por nadie más.
Ese año, para Reyes, José había encontrado en una juguetería de un barrio detenido en el tiempo, una escopetita igual a la que le habían comprado a su hijo. Casi llevado por una fuerza irrefrenable, la había comprado y a pesar de las quejas y recriminaciones de Ana, la había colocado sobre la mesa ovalada del cuarto de Doña Clara, como símbolo del amor que ella sentía por su único nieto. Y cada aniversario, encendían una vela para que su luz los guiase donde fuese que estuvieran. A veces José se preguntaba si se habrían encontrado allá arriba, en un posible paraíso. ¿Se mantienen los lazos más allá de la vida? ¿Se reconocerían? ¿Cómo sería Luis si estuviera con vida ahora? Probablemente un hermoso adolescente. Todos estos pensamientos ocupaban su mente cada vez que entregaban la ofrenda al río.

VI

Esa noche, una violenta tempestad revolvió el río como nunca. Las aguas subieron y desbordaron los pequeños muelles, llamaradas acuosas se desplegaban sobre el pasto hasta alcanzar las mismas casas. Aquellas que no estaban lo suficientemente altas, eran invadidas sin piedad por las aguas, que arrastraban con ellas todo lo que vivía en el lecho del río.
Y así, lo arrastraron a Luis.
No sabe como había salido del vientre que tantos años lo había cobijado, sintió la incomodidad del roce con la hierba, la dureza de los pilares de madera de los muelles, pero en un momento todo cesó. Una luz como no recordaba haber visto nunca iluminó un espacio desconocido para él. Frente a sí, una casa abandonada, casi imposible de ver desde el río. Una corriente de agua lo conducía hacia ella, el juego había terminado, se acercaba el momento de la verdad.

VII

Ahora había sonidos, el sonido del agua, de los grillos, de las ranas… sonidos que Luis recordaba no sabía si de algún sueño. Pero los identificaba. Se incorporó, asombrándose de la distancia que había entre su cabeza y el suelo, nunca había sido así, pero ahora, experimentaba una sensación de altura. Encontraba, no sabía desde cuando, un mínimo punto de referencia. Si bien se sentía liviano, apenas podía moverse. En la penumbra del interior de la casa, había una mesa oval, junto a ella, una mujer, una anciana. Miró ese rostro, iluminado por la luz de una vela y le pareció reconocer en ella a… no sabía, era alguien, sintió algo en algún lugar de su cuerpo, algo inespecífico, adormecido. Sobre la mesa y al lado de la vela vio su juguete favorito: la escopetita de plástico. La mujer dijo algo, Luis no entendía que, eran sonidos que se fundían con el ambiente. La mano de ella se movió lentamente hacia la mesa y tomó la escopetita. Estirando su brazo hacia Luis, se la ofreció. Ahora todo era silencio. Estaba a punto de recuperar su juguete perdido, amarilla y roja, impecable. Volvió a sentir eso inespecífico dentro de sí y estiró su brazo para tomarla. Por fin.
En el mismo instante en que sus dedos rozaron el material plástico, una luz incandescente lo encegueció y percibió que se fusionaba con el juguete y con la anciana y la liviandad se hizo más patente. Ya no se mecía como lo había hecho en el tiempo sin tiempo, ahora tenía la sensación de que los tres ascendían y ascendían y ascendían. Tanto, que llegó a ver el techo de la casa donde habían estado, rodeada por el agua, con una tenue luz de vela saliendo por una ventana. Hasta que una nube tapó la imagen y todo se disolvió en la oscuridad. Lo que había sido dejó de ser. Se transformó en nada.

LUIS FORMAIANO

2 comentarios:

  1. Me encantó Luis, me dieron escalofríos por momentos, tristeza por otros...
    Sentí una sensación de muerte y de génesis simultáneamente.
    Y también pensé que cada uno de nosotros tenemos una escopetita de plástico que alguna vez se nos perdió.
    Y qué lindo que escribís!

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  2. Me hiciste llorar...se me ponen los pelos de punta cuando se menciona la muerte de un chico, soy mamá de cinco y ese tema me angustia...y al mismo tiempo resulta tan tranquilizadora la imagen de Luis meciéndose en el agua, y la ilusión de que nos vamos a encontrar con nuestros seres queridos en el otro lado...

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